Lopburi es una pequeña localidad al norte de Bangkok conocida especialmente por los monos que merodean todo el día en uno de sus templos, el Phra Prang Sam Yod.
La ciudad cuenta además con numerosos restos arqueológicos fruto de aquellos periódicos históricos en los que tuvo un papel relevante.
Próxima a Ayutthaya, se presta a combinar ambas visitas en una misma etapa del viaje.
En noviembre, la fiesta con el almuerzo más salvaje del mundo se lleva a cabo en honor a estos macacos, llamado Lopburi Monkey Banquet.
Lopburi cuenta con aproximadamente 30.000 habitantes y se encuentra situada al norte de Bangkok, a 153 km. Se trata de una de las poblaciones más antiguas de Tailandia, un largo recorrido en el que hubo períodos en los que adquirió un gran protagonismo.
Desde el siglo VI, es decir, mucho antes de que los Thais tomarán el control de la cuenca del río Chao Phraya, esta ciudad estuvo bajo el dominio de los pueblos Mon y Jemer, dejando una huella que se aprecia muy bien en la abundante presencia de ‘prangs‘.
Ya como parte del Reino de Siam, en el siglo XIV, Lopburi se convirtió por algún tiempo en la ciudad del príncipe, donde éste adquiría experiencia de gobierno antes de ascender al trono.
Y más tarde, en el siglo XVII de nuevo tomó impulso por iniciativa del Rey Narai el Grande, quien advirtió que la capital Ayutthaya era demasiado vulnerable frente a un posible desafío de las potencias europeas con quienes entonces comerciaban.
Su posición estratégica la llevó a convertirse en la segunda capital del Reino de Siam y en alternativa en caso de conflicto.
Todos los años, en el mes de febrero, se celebra un festival en su honor y para conmemorar todo su legado.
En la actualidad, el desarrollo de la ciudad viene condicionado, además de por su interés turístico, por el cultivo de productos como el girasol y por ser la ubicación de importantes unidades militares.
Para quien viene sólo de visita, el foco principal se centra en uno de sus templos, el Wat Phra Prang Sam Yod, y la extensa comunidad de monos que habita en sus alrededores, ahora ya convertidos en símbolo de la ciudad.
Habituados al trato con los humanos se muestran confiados y hasta con cierto descaro. Tienen pasión por la fruta y es lo que esperan recibir de los visitantes.
Los monos se dividen en dos bandas que viven en dos áreas de la ciudad, una de ellas alrededor del templo. El límite entre ambos territorios lo trazan las vías de la línea del ferrocarril y como os podéis imaginar de vez en cuando la lían parda.